Esta es una historia muy sencilla.
Elias vivía en una mansión inmensa y antigua. Durante años, solo habitó en el sótano. Estaba convencido de que esa habitación oscura, fría y con poco aire era todo lo que existía. Se acostumbró a tropezar con los mismos muebles y a respirar el polvo del pasado, creyendo que el cansancio que sentía era, simplemente, "lo normal". Elías habitaba el sótano y su propio cuerpo, como quien custodia un faro cuya lámpara lleva décadas apagada. Se movía por los pasillos de forma mecánica, un autómata envuelto en una niebla de color mercurio que le impedía distinguir más allá. Su existencia era una suma de inercias: un peso sordo en las articulaciones y un ruido blanco en el pensamiento que él llamaba, simplemente, "vivir".
Una tarde, impulsado por un cansancio que no se curaba durmiendo, Elias se sentó en el centro de su propia penumbra y cerró los ojos. No buscaba nada; solo decidió, por primera vez, escuchar el silencio entre sus latidos. Esa fue la pequeña fisura por la que entró la luz. Y de repente, pudo ver en la oscuridad, una pequeña llave de cristal.
Buscó y descubrió una puerta que nunca había visto en el sótano. Abrió la puerta con la llave de cristal y accedió a la planta principal. Al abrir las ventanas, el sol entró por primera vez. A medida que la luz inundaba las habitaciones, la transformación comenzó a suceder:
-
Al limpiar el polvo y dejar entrar el aire fresco, sus pulmones se expandieron. El cuerpo, que antes pesaba como el plomo, empezó a sentirse ligero, como si las paredes de la casa se hubieran vuelto más altas y espaciosas. Su respiración y sus latidos se sincronizaban con un pulso más antiguo, el velo de mercurio comenzó a disolverse, revelando una alquimia silenciosa. El dolor de vivir en la oscuridad desapareció al recibir el calor del sol. El estruendo del cuerpo se transformó en armonía. Sus músculos, que se sentían como cuerdas de violín tensadas hasta el límite, recuperaron una elasticidad de seda. Sintió cómo la energía, fluía como un río de ámbar por su columna, devolviéndole a sus células la memoria de la vitalidad.
-
Al abrir los viejos baúles que estaban en los pasillos, descubrió que no contenían monstruos, sino ropa vieja y recuerdos que ya no le quedaban. Al soltarlos, la mansión dejó de sentirse opresiva. Las tristezas y los miedos antiguos dejaron de ser anclas para convertirse en agua, permitiéndole navegar sus sentimientos con la elegancia de quien conoce las corrientes del mar, sin miedo a naufragar. El miedo se transformó en una paz serena, y las habitaciones se llenaron de un aroma fresco: la alegría de estar vivo.
-
Desde las ventanas del piso superior, por fin pudo ver el paisaje. Ya no estaba perdido en el sótano; ahora tenía una visión clara del horizonte. Sus pensamientos, que antes eran como nubarrones de tormenta, se volvieron claros como el agua de un manantial.
Fue como encender un faro que estaba apagado hace décadas, en el piso más alto. El cristal de su mente, antes opaco fue pulido por una claridad geométrica. Ya no era el prisionero de la niebla; era el vigía. Desde lo alto, comprendió que el universo no era algo que le sucedía, sino algo que él proyectaba.
La mansión, era la misma, pero él, ahora, estaba despierto.
Comprendió que la mansión siempre había sido suya, y que necesitó ver para reclamarla, para recordarla. Ya no era una víctima del sótano, sino el dueño de su propio palacio de luz.
"Este es el proceso que vivimos al despertar. La meditación y las terapias energéticas, serán mis herramientas para ayudarte a encontrar esa llave de cristal y acompañarte mientras abres las ventanas de tu propio ser. Cuando sanas tu energía, no solo cambia lo que sientes, cambia tu salud física, tu paz mental y tu capacidad de disfrutar la vida."
Añadir comentario
Comentarios